Pertenezco a la generación del 35, la que perdió todos los trenes. Desde que tuve uso de razón se despertó en mi la afición a la pintura. Cursé ocho años de Dibujo Artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Cáceres, la tierra que me vio nacer y a la que profeso un acentuado apego, discípulo de Emilio Macias y Eulogio Blasco, Maestros de gratísimo recuerdo para mi y formé grupo con pintores de reconocida trayectoria: Victoriano Martínez Terrón, Juan Narciso y Juan José Narbón, grandes amigos de mi infancia, con los que hice mi primera andadura por la senda de las Bellas Artes. He cultivado todos los géneros, óleo, acuarela, acrílico, pastel, plumilla.
¿Cómo es mi pintura?. Modesta, sin pretensiones. Pinto lo que veo como lo siento, con la despreocupación total de tendencias, modismos y vanguardias, como dijera Isidro Nonell yo pinto...y basta. Muchos de los Críticos que ante un cuadro de ismo vanguardista podrían consumir ríos de tinta perdiéndose en mil disquisiciones sobre matices insignificantes, cuando no en palabras vacías pasarían probablemente sobre mis cuados con un juicio de compromiso, en esta época en la que se rinde culto a las vanguardias, dignas inquietudes en la búsqueda de nuevos caminos de expresión tantas veces, pero vil engaño y refugio de `seudo intelectuales que no quieren ser tachados de retrógrados tantas mas.
Pero no son necesarias muchas palabras para enjuiciar mi pintura, la pintura en general. Basta con decir: Me gusta, o no me gusta. En estas toscas palabras cabe todo el inmenso placer que proporciona una obra de arte bien hecha. Me expongo a que me miren por encima del hombro, pero nadie ha podido convencerme jamás que exista otro camino mejor trazado que el de la honestidad.